miércoles, 13 de mayo de 2020

Sensualidad en Tiempos de Internet-Introducción.

Sensualidad en tiempos de Internet

(Del mercado del sujeto al sujeto del mercado)

(Introducción)

Sensualidad en Tiempos de Internet, 2° Edición,
(1° Ensayo de la Colección Psicopolítica)


Sensualidad en tiempos de Internet
(Del mercado del sujeto al sujeto del mercado)

Introducción.

En algún punto se produce un viraje insoslayable. La fantasía llamada Mercado abandona su objetivo de “ser-todo-para-el-sujeto”, sustituyéndolo por el antiquísimo objetivo de las religiones “que todo sujeto encarne el ideal que se le ofrece”.

No es casualidad.

Ni siquiera el mercado puede cubrir por completo el cúmulo de discontinuidades arbitrarias en continua ebullición que implica la subjetividad.

Para cumplir tal objetivo se lanza a recodificar la subjetividad, formateándola lo mejor posible, para condicionar y teledirigir sus emergentes, empujando a todo sujeto a abandonar sus propios montajes e imposturas y sustituirlos por montajes e imposturas que se legitiman desde el éxito, desde la seguridad.

Se le muestra a todo sujeto que ha fracasado en su intento de desarrollarse como tal, se le enrostra su fracaso y su frustración y se le explica que ha errado el camino. No era necesario desarrollarse (ser y estar definiéndose por el hacer). Basta con encarnar un “yo ideal” exitoso en el montaje apropiado. No hace falta una individualidad genuina, capaz de desarrollar empatía, lazos afectivos, capacidad intelectual propia. Basta con hacer “como si” y volverse un espectador más de la vida de ese “único sujeto” capaz de representarlos a todos.

El único precio es estar conectado a perpetuidad, entregarse cual pacto demoníaco a la servidumbre perpetua a un ideal tiranizante, amo y señor, para vivir por su intermedio, una sensación de seguridad, de consistencia, de plenipotencia.

Nada nuevo hace el mercado. Al fin y al cabo, hace dos mil años que se le dice al sujeto que “todos somos uno en Cristo”. Lo que ha cambiado es el soporte técnico-tecnológico para darle consistencia al montaje universal.

La sensualidad, el último bastión de la subjetividad, tan refractaria a todo condicionamiento exterior, tan salvaje en su naturaleza, es el último foco de resistencia. Al fin y al cabo, no hay empatía sin sensualidad, ni sensualidad sin empatía.

La experiencia sensual sitúa literalmente al sujeto en una posición, lo convoca permanentemente a hacer algo con sus discontinuidades, con las arbitrariedades que lo poseen y definen.
Por lo que recodificar la subjetividad implica necesariamente recodificar, reprogramar lo sensual.

Se intentó de todas las maneras posibles. Se legisló sobre la sensualidad desde la moral a las religiones, pasando por la medicina y la filosofía y sin embargo, no hubo prohibición, ni argumento, capaz de ser completamente exitosa.

Fue necesario modificar la noción de tiempo, alterar el tempo en el sentido musical del término, de las relaciones humanas, para que obtener un recurso contra la sensualidad.

Con la revolución industrial y la nueva división del trabajo se dio el primer paso pero no alcanzó para modificar duraderamente el “tempo” sensual, simplemente lo acotó, le dio límites pero al igual que las leyes de otrora fracasaron en el plan de la recodificación de lo sensual.

Es verdad que los antiguos, los manipuladores previos a la constitución del mercado como lo entendemos desde el siglo XIX en adelante, no tenían el fin de recodificar la sensualidad, tan solo querían esterilizarla, desnaturalizarla, quitarle ese increíble rendimiento que le permite al sujeto recrearse y reinventarse librándose –al menos parcialmente– de las alienaciones.

Poco tiempo después, con la aparición de la radio y posteriormente de la TV, el objetivo de recodificar la sensualidad se encontró en los soportes técnico-tecnológicos un poderoso aliado. La Radio y la TV lograban intervenir en la temporalidad sin afectarla directamente. No proponían ni imponían limitaciones. Tan solo estaban ahí, en la reunión familiar, en el vacío nostálgico de un solterón, en la melancolía de la fantasía perdida.

La trampa fue que comenzaron a formar parte de la vida cotidiana de cada quien y cuando se cerró la trampa, comenzaron sus demandas. Nadie obligaba a una familia a almorzar a determinada hora y mucho menos a levantarse de la mesa en determinado intervalo, pero de no observar tal temporalidad, corrían el riesgo de quedarse afuera de la información, del placer de escuchar o ver una historia, de enterarse cuándo salía la nueva cocina que brindaría calor a la familia.

Aun así, el montaje era incompleto. Aún con la trasmisión de 24 horas, con las promociones y con la ventaja de estar informado, la gente no estaba inmersa en el montaje, no podía moverse en él. La radio y la TV todavía eran montajes con demasiados agujeros hacia un afuera completamente ajeno a su dominio.
La globalización ya tenía prácticamente todas las condiciones para madurar y afianzarse como dios indiscutido, capaz de legislarlo todo, pero faltaba una para nada trivial: privarle al sujeto la capacidad de sustraerse de su influjo.

¿Cómo privar al sujeto de semejante activo de manera tal de que no sienta que se ve privado de esa capacidad?

Nadie se entrega por completo, totalmente, aun si esa es su voluntad, pues, lo inconsciente pugna por expresarse y su forma de expresarse es transformar permanentemente la realidad, la realidad exterior pero también esas ilusiones a las que le damos status de realidad y a la que  llamamos “yosoyasí”.

Internet apareció para dar solución a tal conflicto, inventando un “afuera virtual”, generando la ilusión que equipara estar “afuera” con estar “off-line”, constituyéndose en el primer montaje capaz de resolver la gran paradoja universal de “estar y no estar al mismo tiempo”. Pero también y a raíz de éste rendimiento, se constituye en el primer montaje postizo en el que el sujeto cree estar bajo su dominio, haciendo uso de sus propios montajes subjetivos, encarnando sus propias imposturas, y creyéndose libre para abandonarse a su arbitrio.

En éste ensayo nos proponemos pues, ver cómo incide en la sensualidad ese tempo que marca Internet analizando y poniendo en perspectiva, los modos de relación.

Sensualidad en Tiempos de Internet (1° Ensayo de Psicopolítica)

Reflexión introductoria

Sensualidad en tiempos de Internet

(Del mercado del sujeto al sujeto del mercado)

(Primer ensayo de Psicopolítica)

Sensualidad en Tiempos de Internet (del Mercado del sujeto al "sujeto del mercado")
1° Ensayo de la Colección Psicopolítica de Daniel Adrián Leone


Planteo inicial


Una cosa es cierta: 

Internet ha triunfado ahí donde Radio y TV fracasaron.  Solo Internet logró darle al mercado el soporte técnico-tecnológico para poder erigirse como referencia universal, unívoca e inapelable.

Ya no alcanzaba con establecer un perímetro –en tiempo y espacio– en el que el sujeto tenga que estar pendiente de lo que el mercado tenía para ofrecerle. 

El corralito de niños o de ovejas entorno a la radio o al TV, resultaba demasiado evidente, fácilmente superable y sobre todas las cosas, su extraordinaria efectividad obligaba al mercado a estar a merced del sujeto, forzándolo a producir diferencias cada vez más agudas en mercancías incapaces de soportar más diferenciaciones ilusorias de bajo costo y gran rendimiento.

Era necesario invertir el concepto.

El mercado no podía de ninguna manera abarcar el conjunto de discontinuidades de la subjetividad y por tanto era imposible predecir los avatares de la demanda.

Internet propuso una clara y eficaz respuesta: si la subjetividad y sus emergentes son impredecibles, si las realidades que expresan son inabarcables pues bien, sustituyamos la realidad y ofrezcamos como cebo al sujeto un doble virtual que pueda encarnar como si fuera parte de sus propias fantasías, como si fuera una mera proyección de su “yosoyasí”.

El gran desafío fue entonces cómo dejar al sujeto otra opción que estar conectado, online u offline, pero dentro de la net, sin ningún otro refugio, dónde reinventarse y desalienarse.

Tres grandes refugios tiene el ser humano: 

el delirio, 
la enfermedad  
y la sensualidad.


El delirio no presentaba grandes inconvenientes: basta con darle imágenes consistentes, legitimadas para que el delirante las incorpore como propias.

La enfermedad tampoco. 

Toda enfermedad puede asimilarse como demanda compulsiva al impulso de desembarazarse del cuerpo, de la historia, de todo trazo subjetivo.
 
El gran desafío fue entonces cómo lidiar con la sensualidad.  
 

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