Sensualidad en tiempos de Internet
(Del mercado del sujeto al sujeto del mercado)
(Introducción)
Sensualidad en Tiempos de Internet, 2° Edición, (1° Ensayo de la Colección Psicopolítica) |
Sensualidad
en tiempos de Internet
(Del
mercado del sujeto al sujeto del mercado)
Introducción.
En
algún punto se produce un viraje insoslayable. La fantasía llamada Mercado
abandona su objetivo de “ser-todo-para-el-sujeto”, sustituyéndolo por el
antiquísimo objetivo de las religiones “que todo sujeto encarne el ideal que se
le ofrece”.
No
es casualidad.
Ni
siquiera el mercado puede cubrir por completo el cúmulo de discontinuidades
arbitrarias en continua ebullición que implica la subjetividad.
Para
cumplir tal objetivo se lanza a recodificar la subjetividad, formateándola lo
mejor posible, para condicionar y teledirigir sus emergentes, empujando a todo
sujeto a abandonar sus propios montajes e imposturas y sustituirlos por
montajes e imposturas que se legitiman desde el éxito, desde la seguridad.
Se
le muestra a todo sujeto que ha fracasado en su intento de desarrollarse como
tal, se le enrostra su fracaso y su frustración y se le explica que ha errado
el camino. No era necesario desarrollarse (ser y estar definiéndose por el
hacer). Basta con encarnar un “yo ideal” exitoso en el montaje apropiado. No
hace falta una individualidad genuina, capaz de desarrollar empatía, lazos
afectivos, capacidad intelectual propia. Basta con hacer “como si” y volverse
un espectador más de la vida de ese “único sujeto” capaz de representarlos a
todos.
El
único precio es estar conectado a perpetuidad, entregarse cual pacto demoníaco
a la servidumbre perpetua a un ideal tiranizante, amo y señor, para vivir por
su intermedio, una sensación de seguridad, de consistencia, de plenipotencia.
Nada
nuevo hace el mercado. Al fin y al cabo, hace dos mil años que se le dice al
sujeto que “todos somos uno en Cristo”. Lo que ha cambiado es el soporte
técnico-tecnológico para darle consistencia al montaje universal.
La
sensualidad, el último bastión de la subjetividad, tan refractaria a todo
condicionamiento exterior, tan salvaje en su naturaleza, es el último foco de
resistencia. Al fin y al cabo, no hay empatía sin sensualidad, ni sensualidad
sin empatía.
La
experiencia sensual sitúa literalmente al sujeto en una posición, lo convoca
permanentemente a hacer algo con sus discontinuidades, con las arbitrariedades
que lo poseen y definen.
Por
lo que recodificar la subjetividad implica necesariamente recodificar,
reprogramar lo sensual.
Se
intentó de todas las maneras posibles. Se legisló sobre la sensualidad desde la
moral a las religiones, pasando por la medicina y la filosofía y sin embargo,
no hubo prohibición, ni argumento, capaz de ser completamente exitosa.
Fue
necesario modificar la noción de tiempo, alterar el tempo en el sentido musical
del término, de las relaciones humanas, para que obtener un recurso contra la
sensualidad.
Con
la revolución industrial y la nueva división del trabajo se dio el primer paso
pero no alcanzó para modificar duraderamente el “tempo” sensual, simplemente lo
acotó, le dio límites pero al igual que las leyes de otrora fracasaron en el
plan de la recodificación de lo sensual.
Es
verdad que los antiguos, los manipuladores previos a la constitución del
mercado como lo entendemos desde el siglo XIX en adelante, no tenían el fin de
recodificar la sensualidad, tan solo querían esterilizarla, desnaturalizarla,
quitarle ese increíble rendimiento que le permite al sujeto recrearse y
reinventarse librándose –al menos parcialmente– de las alienaciones.
Poco
tiempo después, con la aparición de la radio y posteriormente de la TV, el
objetivo de recodificar la sensualidad se encontró en los soportes
técnico-tecnológicos un poderoso aliado. La Radio y la TV lograban intervenir
en la temporalidad sin afectarla directamente. No proponían ni imponían
limitaciones. Tan solo estaban ahí, en la reunión familiar, en el vacío
nostálgico de un solterón, en la melancolía de la fantasía perdida.
La
trampa fue que comenzaron a formar parte de la vida cotidiana de cada quien y
cuando se cerró la trampa, comenzaron sus demandas. Nadie obligaba a una
familia a almorzar a determinada hora y mucho menos a levantarse de la mesa en
determinado intervalo, pero de no observar tal temporalidad, corrían el riesgo
de quedarse afuera de la información, del placer de escuchar o ver una
historia, de enterarse cuándo salía la nueva cocina que brindaría calor a la
familia.
Aun
así, el montaje era incompleto. Aún con la trasmisión de 24 horas, con las
promociones y con la ventaja de estar informado, la gente no estaba inmersa en
el montaje, no podía moverse en él. La radio y la TV todavía eran montajes con
demasiados agujeros hacia un afuera completamente ajeno a su dominio.
La
globalización ya tenía prácticamente todas las condiciones para madurar y
afianzarse como dios indiscutido, capaz de legislarlo todo, pero faltaba una
para nada trivial: privarle al sujeto la capacidad de sustraerse de su influjo.
¿Cómo
privar al sujeto de semejante activo de manera tal de que no sienta que se ve
privado de esa capacidad?
Nadie
se entrega por completo, totalmente, aun si esa es su voluntad, pues, lo inconsciente
pugna por expresarse y su forma de expresarse es transformar permanentemente la
realidad, la realidad exterior pero también esas ilusiones a las que le damos
status de realidad y a la que llamamos
“yosoyasí”.
Internet
apareció para dar solución a tal conflicto, inventando un “afuera virtual”,
generando la ilusión que equipara estar “afuera” con estar “off-line”,
constituyéndose en el primer montaje capaz de resolver la gran paradoja
universal de “estar y no estar al mismo tiempo”. Pero también y a raíz de éste
rendimiento, se constituye en el primer montaje postizo en el que el sujeto
cree estar bajo su dominio, haciendo uso de sus propios montajes subjetivos,
encarnando sus propias imposturas, y creyéndose libre para abandonarse a su
arbitrio.
En éste ensayo nos
proponemos pues, ver cómo incide en la sensualidad ese tempo que marca Internet
analizando y poniendo en perspectiva, los modos de relación.
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