jueves, 7 de noviembre de 2019

Glosario: Relaciones Simbióticas


Glosario
Psicología de la vida cotidiana

¿A qué llamamos relaciones simbióticas? (Parte I)


Imagen de Stefan Keller-Pixabay


Introducción.

Cuando hablamos de relaciones simbióticas pareciera que estamos hablando de algo, de un modo de vínculo, completamente alejado de la vida cotidiana tal como si le reserváramos a este modo de relacionarse un lugar exclusivo en la dimensión de la patología. 

No es de extrañar esta consideración a primera vista: en general, las relaciones simbióticas aparecen claras y evidentes en sus casos más extremos o mejor dicho, en su exteriorización más extrema.

No es por casualidad.

En general, por un lado hay una suerte de manto de piedad que cubre gran parte de las relaciones simbióticas -al menos en sus estadios menos manifiestos-, y por otro lado, hay un una suerte de aceptación de cierto grado de “simbiosis” en determinados vínculos. 

Así por ejemplo, nos parece “natural” que en ciertos vínculos como el vínculo “madre-hija” aparezca un determinado grado de simbiosis; y comportamos la misma actitud respecto de la relación entre enamorados en la primera fase del enamoramiento y, por extraño que parezca, sostenemos la misma naturalización de cierto grado de simbiosis en una relación de pareja de larga data; también somos permisivos –piadosamente permisivos- respecto de cierto grado de simbiosis entre los miembros de un determinado grupo de amigos aunque, por extraño que parezca, cuando en vez de manifestarse entre los miembros de un grupo se manifiesta exclusivamente entre dos personas unidas por un vínculo de amistad se produce en nosotros una reacción adversa, al menos, que se trate de una relación de amistad en la temprana adolescencia, en cuyo caso nos parece más “normal”.

Ahora bien:

¿De qué hablamos cuando hablamos de “relaciones simbióticas”? ¿Por qué se naturaliza cierto grado de simbiosis en determinados vínculos y en otros nos parece absurdo o directamente patológico?

Sobre la Simbiosis en términos generales.

La etimología de la palabra “simbiosis” nos presenta la idea de un proceso por el cual existe una convivencia –y mejor aún- una vida en conjunto entre dos individuos. En términos generales, desde una perspectiva biológica-ecológica hay tres grandes categorizaciones de este modo de vínculo llamado Simbiosis, a saber:

a)    Mutualismo.
b)    Parasitismo.
c)    Comensalismo.

En el primer caso, ambos individuos (sean de la especie que sean) se ven beneficiados por esa “vida en conjunto”.

En el segundo caso, uno solo de los individuos se nutre de beneficios a costas del daño ocasionado al otro individuo.

Y en el tercer caso, uno solo de los individuos se beneficia de la vida en conjunto sin que el otro reciba algún daño o algún beneficio.

La digresión nos ha llevado a contextualizar el concepto en términos generales pero la pregunta subsiste: ¿a qué llamamos “relación simbiótica” desde una perspectiva psicológica?


Glosario: tipos de simbiosis


Glosario
Psicología de la vida cotidiana

¿A qué llamamos relaciones simbióticas? 

(Parte II)

Imagen de Johnny Lindner-Pixabay



La Simbiosis como “modo de vínculo” 
considerada desde una perspectiva psicológica.

Desde una perspectiva estrictamente psicológica podríamos decir que una relación “simbiótica” es un modo de vínculo en el que dos actúan tal como si fueran un solo individuo, al punto tal de que les resulte imposible de concebirse uno sin el otro. Podríamos situar a grandes rasgos una caracterización básica tomando sus mecanismos y/o aspectos sobresalientes y hablar de:

1. Simbiosis por oposición: una persona o ambas que en su afán de diferenciarse culminan por ser el opuesto exacto del partenaire, al punto tal de que personalidad, carácter y concepción de mundo se constituyen en base a tal opuesto.

2. Simbiosis por imitación: una persona imita a su partenaire o bien, ambas personas imitan a una tercera persona, asociándose para tal fin o relacionándose en base a tal actividad homogeinizante.

3. Simbiosis por imposición: una persona somete a otra de manera tal de formarla a su imagen y semejanza sea por proponerse como “ideal” o bien, por vedar, interrumpir, coptar todo medio de separación y desarrollo del partenaire distinto a encarnar tal ideal mediante la violencia física, simbólica, psicológica, etc.

4. Simbiosis por extrañamiento del entorno: dos personas ajenas a todo tipo de vínculo distinto al “familiar”.

5. Simbiosis por idealización: se le atribuye a otro, las perfecciones que nos gustaría poseer, rebajando nuestro sentimiento de sí al punto tal de que se vean proyectadas todas nuestras cualidades (o gran parte de estas) a un parteneire físico o ideal, y por tanto, se concibe al otro como “alguien capaz de complementarnos”.

6. Simbiosis por idealización negativa o por oposición a un tercero: Dos o más personas se constituyen simbióticamente para defenderse en contra de un agresor común, o bien, en base a la identificación posible en tanto víctimas de un agresor común.

7. Simbiosis por concurrencia de síntomas:  modo de vínculo propio de dos personas que padecen un mismo tipo de enfermedad, patología o sufrimiento (o ciertamente equiparables)

8. Simbiosis por imposición del destino: Simbiosis basada en la creencia de un destino común o de la imposición del destino.

9. Simbiosis especulativa: dos personas se “asocian” simbióticamente con el único fin de servirse de tal “asociación” para sus propósitos personales.

10. Simbiosis por duelo no resuelto: una persona incorpora simbióticamente a otra persona que se ha perdido, sea por haberse terminado un tipo de relación o bien, siguiendo del decurso de un duelo no satisfactorio, incorporando a la persona amada-perdida.

Como vemos el término “simbiosis” aparece como fronterizo respecto del concepto “alienación” y del concepto “identificación”. En todo caso, siempre podemos contar con una equiparación primera presente en los tres conceptos pero veamos en qué los podemos diferenciar más allá de este punto en común.


Glosario: Simbiosis, Alienación e Identificación


Glosario
Psicología de la vida cotidiana

¿A qué llamamos relaciones simbióticas? 

(Parte III)

Imagen de Stefan Keller-Pixabay



Simbiosis, alienación e identificación.

En una primera aproximación a éstos conceptos que suelen tomarse por sinónimos sin serlo, de la siguiente manera:

Simbiosis como modo de vínculo indica un proceso de vida conjunta, en el que se presenta un código común, sea escala de valores, criterios de verdad, criterios de identidad unificado, único y a la vez, excluyente y unívoco para dos personas, establecidos por algún motivo.
Alienación, implica un proceso por el cual, una persona pierde sus rasgos subjetivos y adquiere en sustitución rasgos impuestos por algún otro.

Identificación, implica un proceso por el cual, una persona adquiere ciertos rasgos de otro para enriquecer su propia subjetividad, incidiendo de manera favorable o desfavorable en su desarrollo personal.

Tomando esta somera distinción podemos decir, sin embargo, que en toda simbiosis se da alguna identificación y que en toda simbiosis hay cierto grado de alienación; pero, tal fenómeno no es aplicable mutatis mutandis, dado que, en una identificación no necesariamente hay un proceso simbiótico aunque sí haya algún grado de alienación; y a la vez, en todo proceso alienatorio no hay necesariamente un proceso simbiótico, ni un proceso identificatorio más o menos definido.

Consideremos pues, para definir mejor a qué llamamos simbiosis, dos aspectos fundamentales, a saber, el modo y el grado de afectación posible.

La simbiosis considerada desde el modo y el grado de afectación.

Así podríamos decir según el modo de afectación, una simbiosis puede ser: circunstancial o estructural; y según el grado de afectación puede ser más o menos alienatoria.

Evidentemente estas descripciones no dejan de ser incompletas y tan solo aproximadas pero aún así no nos resulta difícil establecer una relación concreta: es de suponer que las relaciones circunstanciales posean un grado de afectación menos alienatorio y que, por el contrario, las relaciones de simbiosis estructural posean un mayor grado de afectación alienatoria.

Sin embargo, esto no quiere decir que en las manifestaciones exteriores sea la simbiosis de tipo estructural aquella que se presente con mayor virulencia y claridad. De hecho, las simbiosis coyunturales, suelen ser intensas aunque breves y las estructurales suelen presentarse de manera paulatina, y por tanto, aparecen silenciosas aunque perpetuas. Así podríamos decir: 

en el proceso identificatorio, si hay algún tipo de simbiosis esta debe ser más bien de origen coyuntural pues, tan solo se presenta como el resultado de la equiparación entre dos que prepara e introduce al proceso identificatorio. 

En caso contrario, ya estaríamos hablando de un caso de alienación.


Glosario: Simbiosis y modo de relación


Glosario
Psicología de la vida cotidiana

¿A qué llamamos relaciones simbióticas? 

(Parte IV)

Imagen de ejausburg-Pixabay




La simbiosis y su modelo prototípico como modo de relación.

Sin duda alguna, si nos preguntamos cuál es el modelo prototípico como modo de relación, se nos aparece de buenas a primeras el clásico clisé que tanto fruto ha dado al cine y la TV, de la relación entre “mejores amigas” que termina derivando en la adquisición de la personalidad de otro por parte de una de las partenaires o bien, la disolución de la personalidad de ambas en un conjunto en el que se expresa todo lo idéntico y se purga todo aquello que podría actuar de diferenciación.

Pero, más allá de la presencia de la simbiosis en este tipo de vínculo –más o menos estereotipado por la ficción– la simbiosis se presenta en un tipo de vínculo mucho más primitivo y universal: la relación madre-hijo.

Es lógico en cierto grado.

Biológicamente el embarazo es una suerte de lazo simbiótico, en el cual, el feto cobra vida y se desarrolla en virtud de cierto deterioro materno, compensado por el amor y la expectativa materna de sentirse “completa”, “realizada”, etc.

Sin embargo, tras el acontecimiento del parto, tan conmocionante para uno como para otro partenaire de esta relación, esa circunstancia biológica termina por traducirse más o menos duraderamente y con mayor o menor intensidad en un lazo psicológico destinado a perpetuar la relación simbiótica.

También es entendible en un primer momento: el recién nacido precisa de una sobreatención –dada su inermidad- que la madre encarna en una suerte de posición paranoide respecto del bebé considerado tal como si realmente fuera “una parte de sí misma”. Así la madre dice que “siente” en su cuerpo aquello que le sucede al bebé (de la misma manera en que sentía al feto en su interior), y termina por hacer de toda manifestación del bebé, algo de su estricto dominio.

Mas, posteriormente, en el preciso instante en el que el bebé comienza literalmente a dar “sus primeros pasos” y por tanto, a independizarse o precisar independizarse de su propia madre-contexto-medio de subsistencia sobreviene a la madre un trabajo extra, un segundo parto: el duelo por la simbiosis perdida.

El bebé fue sentido como una “parte de sí misma” y en un sentido biológico, al compartir simbióticamente su cuerpo, hasta podría decirse que lo fue. Para cumplir su tarea de sobreatención compensatoria de la inermidad del bebé hubo de adquirir una posición paranoide, extrañándose casi por completo de cualquier otro interés para concentrar toda su atención (o gran parte de ella) en el bebé.

Así cuando el bebé deja de ser “una parte de mamá” para pasar a ser una “unidad en sí mismo” sobreviene la necesidad del duelo materno; es decir, que la madre realice un proceso de desligamiento no tanto de su bebé como del modo de vínculo simbiótico y alienatorio para con el bebé, abandonando la idea de considerar a la persona del bebé como una parte de sí, pero también, y sobre todas las cosas abandonando la posición paranoide que la llevaba a una sobreatención y a considerar cualquier manifestación del bebé como algo de su exclusivo dominio. 

Es decir, debe renunciar al todo-poder sobre el bebé y debe renunciar a su “derecho a sentirse omnisciente y omnipresente” para el bebé.

Así podríamos decir, una relación simbiótica pasa de ser coyuntural a estructural y de una beneficiosa relación de fuerzas que implicaba la posibilidad de desarrollo para uno compensado con el placer psicológico para el otro a un daño potencial severo para ambos, en todo caso en el que la madre no admite este nuevo duelo (que se suma al duelo de la pérdida eventual del atractivo sexual, de la belleza, etc.) y por el contrario, se comporta como si el bebé continuara en la situación de “inermidad primera” aún después de los primeros signos de desarrollo en pos de una independencia.

La conducta compulsiva de una madre para con su hijo/a a la que reconocemos según la designación “madre sobreprotectora” es uno de los efectos de este duelo no realizado o realizado en apariencia pero conservando un fuerte rechazo en el fuero interno.


Glosario: Simbiosis y Sobreprotección


Glosario
Psicología de la vida cotidiana

¿A qué llamamos relaciones simbióticas? 

(Parte V)

Imagen de Enrique lopez Garre-Pixabay




La simbiosis y la madre “sobre-protectora”

La madre “sobre-protectora” no es otra que aquella que ha figurado emprender un duelo y aceptar la independencia de su hija/o pero que, paralelamente, desarrolla un miedo compulsivo a ver a su hijo/a enfermo, agredido, etc. Así, se autoconvence de una realidad hostil frente a la cual su hijo quedaría desamparado, por lo tanto, cederle espacio para su desarrollo –en su mente- aparece tanto como desampararlo.

Es entendible cual es el proceso psicológico interno.

La madre se niega a hacer ese nuevo duelo tan costoso afectivamente por lo que traslada la inermidad biológica evidente y lógica en un bebé proyectándola a un entorno, lo que le permite no abandonar su posición paranoide (ser todo para alguien y por tanto, omnisciente y omnipresente); pues, antes el bebé era inerme por falta de maduración y desarrollo, ahora, el bebé queda desamparado pues, la realidad es hostil y no sabría cómo lidiar con ella.

Digamos también que esta actitud de “sobreprotección” posee un contexto favorable, de hecho, la realidad suele ser hostil incluso para los adultos en determinadas circunstancias y además que el bebé a pesar de ir desarrollando un dominio de su propio cuerpo y un desarrollo de un yo, dominio y desarrollo no son –en esta primera instancia- más que una prefiguración del dominio y el desarrollo necesario para valerse en la vida por sus propios medios. 

Además, es evidente de que la maduración en el ser humano es un proceso lento y complejo que requiere sí o sí de una asistencia constante para llegar a buen término. Así, no objetamos en este punto que la madre “sobreproteja” al niño sino que sienta una pérdida cada vez que el niño se esfuerza en dar sus primeros pasos, esto es, que sienta que una parte de sí la abandona. Dicho de otra manera, lo objetable no es la protección sino la sobre-protección, esto es, la conducta compulsiva que impide a la madre la función de acompañamiento de su crío en el proceso de maduración sin intervenir más que como testigo y asistente.

Es decir, la sobre-protección, o la protección compulsiva de origen simbiótico, no implica el comprensible interés por velar por el niño sino el rechazo a abandonar una posición de poder y dominio sobre el mismo al amparo de los miedos propios proyectados a la realidad como manera de sostener la posición de todo poder.

Dicho de otra manera, la perdida que implica el desarrollo del niño orientado hacia otros intereses más allá de la madre, no es solo el abandono del niño (que jamás es tal) sino la pérdida de la posición de poderío y goce en el poderío propio de un modo de vínculo en el que uno de los partenaire depende exclusivamente del otro.

Habría que señalar aquí que es por esto que resulta fundamental un cierto grado de maduración de la mujer en proceso de ser madre y de la crianza compartida con otro partenaire que le permita superar ese duelo de forma más sencilla por un lado y que sea otra vía de interés para el niño ni bien comienza a independizarse de la madre.

Se podrá decir ¿qué hay de las “madres solteras” o que no poseen un partenaire de crianza para con su bebé?

En este caso, no se trata tanto de “hacer de padre y madre” (quehacer más ideal que posible) sino de tener el grado de maduración suficiente para efectuar ese duelo, ese segundo parto del que hablamos. Por decirlo de otra manera el trabajo de la madre respecto de su crío posee dos instancias: la mujer-madre, luego de parto, debe aprender a dejar partir al niño hacia su evolución, mediante el abandono de su posición paranoide de todo poder y la sustitución de esta por una observación más moderada en función de acompañamiento.

Pero, ¿qué es esta posición paranoide del todo-poder? ¿Cómo nace?

Recapitulemos:

Es una posición paranoide pues, en el curso del parto, paulatinamente aunque circunstancialmente, los intereses de la mujer-madre suelen debilitarse o desasirse momentáneamente del mundo exterior y de las otras personas para ser reorientados a la persona del bebé y a la función de vigilancia y protección.

Es una posición de “todo-poder” puesto que se da en un modo de vínculo en el que uno de los partenaires está completamente supeditado al arbitrio del otro.

Así en este tipo de vínculo prototípico encontramos gran parte de los rasgos fundamentales de toda relación simbiótica posterior, al punto de que podemos aventurar que tal relación simbiótica primera sirve de antecedente facilitador de toda relación simbiótica posterior. La persona que ha vivido en una relación simbiótica “desde la cuna” es más probable que desarrolle una alta probabilidad de establecer relaciones simbióticas o de aceptar como algo “natural” que se le imponga una relación simbiótica. Pero también, es de entender que la persona que no vivió una relación simbiótica en su vínculo primero sea grandemente refractaria a este modo de vínculo tan desfavorable.

Cabe la posibilidad, sin embargo, de que una persona sea inducida a un modo de vínculo simbiótico por imposición, a través de un trabajo sostenido de psicopatía y desestimación por parte del partenaire, orientado a estimular o despertar el sentimiento de inermidad de la primera infancia que la conduzca a reclamar una persona “todo poderosa” que la proteja y auxilie.

Por último, aprovechemos a puntualizar aquí un fenómeno social conocido como “el corrimiento a la derecha” de una sociedad. Cuando un pueblo o un sector social es decidida y activamente manipulado puede caer en una inermidad que lo conduzca a sobreexcitar y despertar el sentir de inermidad de la primera infancia y por lo tanto, reclamar a algún otro todopoderoso, capaz de protegerles a cualquier costo…

Daniel Adrián Leone

martes, 5 de noviembre de 2019

Reflexión conceptual: Objeto sexual Vs. Cosificación


Psicopolítica.
Reflexión conceptual.

Objeto sexual Vs. Cosificación


Créditos del sitio Pxhere.com


Escuchamos a diario gente que dice: “lo más atractivo de mí es mi cerebro”.

Ahora bien, así como nadie diría:
"Meteme el parietal en la cisura de silvio",

"sí sí y vos, frotame tu frontal contra la circunvolución de rolando"


ningún sentido tiene afirmar grotescamente que lo más atractivo de uno es el cerebro.

Primero y básicamente porque lo atractivo de uno es algo que descubre el otro más allá de lo que proponga uno y lo que se descubre como atractivo es un encadenamiento de relieves físicos y psicológicos que van más allá del CPU humano, llamado cerebro.
Las miradas tiernas o sensuales, la apariencia, la elección de determinadas palabras para uno encadenadas al azar para el otro, exquisito halago o muestra de inteligencia, son relieves tan válidos como la apariencia física, etc.
Que uno desconozca cuál es su atractivo (o reniegue de éste) o bien, que uno tenga idealizado cierto aspecto de uno mismo como afluente de atractivo, nada tiene que ver con la realidad del impacto concreto que produce uno en otra persona concreta en calidad de atractivo.

Se dirá: bueh, la frase intenta metaforizar que el atractivo no reside en el cuerpo si no en el intelecto.

Pues bien, tengo dos objeciones:
  1. No es una metáfora apropiada dado que el intelecto no es por sí mismo una entidad autárquica sino que depende de una persona inmersa en un lazo social concreto y en diversos lazos sociales más o menos difusos.
  2. El cuerpo tampoco es objeto de atractivo sexual por sí solo, aunque pueda suponérselo como independiente de la persona que lo porta. Aún en esos casos intervienen referencias afectivas claras y concretas que se le sustraen a la persona que acusa al cuerpo o a determinada parte del cuerpo como afluente de atractivo.

La cosificación, cosa detestable por cierto, no pasa por considerar al cuerpo como objeto sexual y por tanto, capaz de irradiar atractivo, sino propiamente por el rechazo a que algo del cuerpo y de la personalidad del otro pueda ser un objeto sexual, y por tanto sea, una cosa como cualquier otra, intercambiable, manipulable, sujeta a la oferta y a la demanda, o sea, algo más parecido a una mercancía en términos Marxista que a un objeto sexual.

¿Cuál es la diferencia?

Mientras que la persona considerada como objeto sexual es una persona considerada como destino privilegiado de atención e interés y por tanto, destacada de cualquier otra persona y completamente ajena a cualquier comparación con alguna otra persona (mucho menos con una cosa)
La persona cosificada es una persona reducida a la condición de mercancía, despojada de cualquier atributo que no sea más o menos intercambiable y sujeto a las leyes del mercado.

Otra diferencia fundamental:

La persona que considera a otra como un "objeto-meta de su interés sexual" la está integrando a su propio narcisismo, compartiéndole una parte de los afectos que tenía reservado para sí y para sus fantasías.

La persona que cosifica a otra está imponiendo una ajenidad respecto de la otra, un extrañamiento respecto de su propio deseo y de la realidad concreta de que el otro es un semejante.
Dicho de otra manera: la cosificación nada tiene de sexual por más que recaiga sobre un aspecto de lo sexual.

En general, la cosificación es un repudio de lo sexual, fruto de un miedo irracional a la sexualidad como modo de relación, básicamente por el horror al contacto y la empatía, por el espanto a verse afectado por otro, o lo que es lo mismo decir:
Por el miedo horroroso a sentirse semejante.

Generalmente se puede atribuir esto a lo que yo llamo, parafraseando a Freud, la concepción sádica de la vida cotidiana. Donde todo lo otro me es ajeno, peligroso, turbador.

O sea, cosificación implica lo siguiente:

Tanto horror tengo a descubrir que el otro, cuyo atractivo me impacta, es un semejante, tanto horror tengo a descubrir hay otros que me pueden afectar, tanto horror tengo a descubrir que hay cosas que se escapan de mi remoto autocontrol, tanto horror tengo a descubrir que soy y estoy como persona en algún lado y en relación a otras, que, en el preciso instante de hacer estos descubrimientos canalizo la angustia que me provocan, en objetivar toda esa angustia en algún recorte del otro, aislándolo de su entorno y erigiéndolo en fetiche-representativo y sustitutivo de todo otro posible, para luego someterlo al mundillo de las leyes del mercado, donde toda cosa es mensurable, comparable y básicamente intercambiable.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Reflexión Sobre la Palabra Polìtica

Reflexión.

Sobre la Palabra Política.

(De la política apalabrada 
a la palabra política).


Tomada del sitio pxhere.com
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Hace algunos años atrás, cuando escribí "Ignorancia Letrada"(1), dediqué un extenso apartado a lo que llamaba en ese momento "la política apalabrada".
Es decir, la política del "abracadabra" y las palabras bonitas, destellantes o acaso, graves, con una solemnidad rayana en el absurdo, cuyo fin no es otra cosa que apelar a la fascinación, a la adopción fascinante y/o al rechazo fascinante, a la pura emotividad por sobre toda reflexión propia.
Decía en aquel entonces y lo reafirmo hoy, que la palabra política tiene una doble función que se expresa a un mismo tiempo: pacificar y convocar.
Pacificar pues no puede haber interlocutor si el otro está dominado por la angustia o la inercia cotidiana o demasiado en guerra o gozoso con sus entrañas.
Convocar pues no hay otra manera más efectiva de pacificar a alguien que pedirle que aparezca por fuera de aquello que lo encierra, reduciéndolo, restringiéndolo o bien quitándole todo sostén en el otro.
La palabra política debe convocar pero no de cualquier manera. En cierto sentido podríamos decir que toda palabra es convocante incluso podríamos afirmar sin temor a errarle un milímetro, que la razón de ser de la palabra es "convocar".
La palabra política convoca para que el interlocutor aparezca en el doble registro de lo privado y lo cívico, de lo individual y lo colectivo.
La palabra política, si es palabra y es política, convoca brindando un espacio y ganando un tiempo, para que los convocados puedan acceder a ese doble registro desde la reflexión y la empatía más allá de toda emotividad concomitante.
Es por eso que siempre he afirmado y lo confirmo día tras día que la "palabra reveladora" no puede ser considerada una "palabra política" y que de hecho consiste justamente en su antítesis perfecta.
El político no tiene nada que "revelar" pues aunque efectivamente tuviera una capacidad sobrehumana al punto de ser "superior" a sus representados y no justamente, un producto de ellos, revelar algo no gesta interlocutores. "Convoca a escuchar", convoca a quedarse "afuera" de uno mismo y en todo caso, dispuesto a entregarse como pura masa para engrosar la voz del otro, como amplificadores en línea.
La palabra reveladora "endulza o irrita" los oídos según el caso, fascina, pero no integra, no se ofrece como el espacio en el cual, una persona puede encontrarse con su propia voz, individual y colectiva, en medio de otros en trance de encontrarse con su propia voz individual y colectiva.
Por eso la palabra reveladora ni pacifica ni convoca solo simula hacerlo, produce en el espíritu de quien escucha una sensación de "como si" estuviera ahí, con alguien, diciendo algo. Pero, cinco minutos más tarde, cuando la sugestión decae, y el líder revelador se ha ido, nada queda más que remedos de palabras y retazos de fórmulas boyando en el alma desamparada de la escucha ausente.
La palabra política tiene que ser una herramienta, un punto de apoyo, pero no para el político, sino para sus interlocutores.
La palabra política es eficaz, no cuando produce adeptos, ni cuando logra fascinar, ni se puede medir esa eficacia en el grado de aceptación o peor, en la cantidad de escuchas.
La palabra política es eficaz cuando el interlocutor puede servirse de ésta como sostén, como punto de apoyo para articular su propia voz en ese doble registro de la vida en sociedad y desarrollar sus pensamientos, arribar a preguntas cada vez más precisas, elaborar sus propias perspectivas.
En ése sentido podríamos decir que la palabra política sí es una herramienta y un poderoso punto de apoyo para el político, pero, no en la primera instancia, al momento de pronunciarla, sino en la segunda instancia, cuando esa palabra vuelve, legitimada y re-elaborada, por aquellos interlocutores a los que el político representa.
Es decir, la palabra política no es del político sino que surge en éste/a a consecuencia de su vocación y solo adquiere validez, legitimidad y eficacia, cuando le retorna desde el pueblo a sus oídos.
Dicho de otro modo, lla Palabra Política no convoca a la interlocutor a "escuchar al político" sino a que cada interlocutor pueda redescubrirse a sí-mismo como uno que es a un mismo tiempo, uno y parte de todos.

1. Libro inédito perteneciente a la colección de ensayos "Política de la Subjetividad"

viernes, 1 de noviembre de 2019


Definiciones.

¿A qué llamo Psicopolítica?

     Historia y lógica del Concepto I.





1. Introducción

Psicopolítica es un neologismo que surge a partir de una pregunta básica: ¿se puede hablar de sujeto sin hablar de las condiciones materiales de existencia para que un sujeto advenga como tal?

Claro está que no arribé a semejante  pregunta por casualidad.

Comencé como librepensador orientado al psicoanálisis hacia el 2002, luego de años de estudio en la Facultad.  No me cerraba la idea de asimilar el concepto “sujeto” a montajes simbólicos casi como si el sujeto no fuera otra cosa que un “hecho de lenguaje”.

Si uno lee a Freud y lo entiende, lo primero que se puede concluir es que si existe alguna realidad definible con el nombre “sujeto” esa realidad dista mucho de ser una “unidad” en sí-misma y que esa realidad es una realidad concreta, en permanente gestación, algo que debe desarrollarse como tal.

2. Las primeras preguntas

Recuerdo que desde el primer día en la Facultad, casi a la manera de chiste, la primera pregunta que me hice es ¿a qué está sujeto el sujeto? De lo cual se desprendió la pregunta ¿es lo mismo hablar de sujeto que de “sujetado”?

Preguntas ingenuas sin dudas pero ese fue el comienzo. Con el paso de los años fui leyendo e investigando diversos autores, tendencias y escuelas, y las preguntas fueron tomando diversas formas aunque en el fondo, seguían siendo más o menos las mismas, redefiniéndose por ejemplo en ¿qué es esa realidad a la que damos el nombre “sujeto”?¿Cuál es su contexto natural?

3. El sujeto entre lo Inconsciente, el deseo y el lenguaje

Como todo estudiante oía hablar de “el sujeto del inconsciente”, de “sujeto del deseo”, de “sujeto del lenguaje”. Pero ninguna me cuajaba realmente.

En lo inconsciente no hay deseo ni lenguaje. Tan solo vida pulsional en estado puro, afecto libre que pugna por ligarse a una representación, y esas primeras huellas completamente contingentes que se relacionan desde la más absoluta arbitrariedad.

El deseo es una construcción, algo que el sujeto desarrolla, por decirlo así, al desarrollarse, por lo tanto, el sujeto no puede ser “sujeto al deseo” por más que ambos conceptos sean solidarios y correlativos.

Menos aún se puede pensar al sujeto como “sujeto del lenguaje” pues el lenguaje es en sí una construcción subjetiva, por más que en abstracto podamos establecer que en la realidad hay unas relaciones mínimas entre cosas y que esas relaciones nos den la impresión de que hay una organización como si fuera un lenguaje.

Lacan dice muy cómoda y juguetonamente:

“el sujeto es lo que representa un significante para otro significante”

           Ok.

Yo podría decir “el sujeto es lo que representa una red neural para otra red neural” y estaría diciendo lo mismo. Es decir, nada de nada.

Pues si hay significante, es significante solo en tanto hay un sujeto por representar.

4. El sujeto y los lazos afectivos.

         Como yo lo concebía, el sujeto no puede ser “a-histórico” ni ajeno a la realidad por más que se trate de un concepto simbólico.

         De hecho, siguiendo a Freud, es fácil concluir que es la historicidad de las huellas mnémicas, la red de relaciones que inauguran, reproducen y reinventan los procesos inconscientes, lo que hace que podamos hablar de una realidad definible como sujeto.
         Las huellas mnémicas son antes que nada, huellas de afecto, huellas de relaciones, digámoslo de una vez, de vínculos más o menos realizados, más o menos fantaseados pero siempre experimentados como realidad de ahí que haya un registro de lo vivido.
         Fue así como comprendí que si existe el sujeto solo puede ser sujeto de los lazos afectivos.

         El sujeto es un emergente, apenas una discontinuidad en esa caldera en ebullición de discontinuidades llamada subjetividad, que se reconoce como tal, que opera sobre sí-misma, que se da un soporte (al que llamamos deseo) y desde ahí se jalona hacia un advenir como desarrollo constante.

         Dicho de otra manera, el sujeto y el deseo, funcionan como aquellos dibujos animados donde el personaje en medio de un abismo, toma un ladrillo que ya ha pisado y lo ubica en el aire para seguir caminando.

         Continúa en ¿A qué llamo Psicopolítica? Historia y lógica del Concepto II.