sábado, 2 de noviembre de 2019

Reflexión Sobre la Palabra Polìtica

Reflexión.

Sobre la Palabra Política.

(De la política apalabrada 
a la palabra política).


Tomada del sitio pxhere.com
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Hace algunos años atrás, cuando escribí "Ignorancia Letrada"(1), dediqué un extenso apartado a lo que llamaba en ese momento "la política apalabrada".
Es decir, la política del "abracadabra" y las palabras bonitas, destellantes o acaso, graves, con una solemnidad rayana en el absurdo, cuyo fin no es otra cosa que apelar a la fascinación, a la adopción fascinante y/o al rechazo fascinante, a la pura emotividad por sobre toda reflexión propia.
Decía en aquel entonces y lo reafirmo hoy, que la palabra política tiene una doble función que se expresa a un mismo tiempo: pacificar y convocar.
Pacificar pues no puede haber interlocutor si el otro está dominado por la angustia o la inercia cotidiana o demasiado en guerra o gozoso con sus entrañas.
Convocar pues no hay otra manera más efectiva de pacificar a alguien que pedirle que aparezca por fuera de aquello que lo encierra, reduciéndolo, restringiéndolo o bien quitándole todo sostén en el otro.
La palabra política debe convocar pero no de cualquier manera. En cierto sentido podríamos decir que toda palabra es convocante incluso podríamos afirmar sin temor a errarle un milímetro, que la razón de ser de la palabra es "convocar".
La palabra política convoca para que el interlocutor aparezca en el doble registro de lo privado y lo cívico, de lo individual y lo colectivo.
La palabra política, si es palabra y es política, convoca brindando un espacio y ganando un tiempo, para que los convocados puedan acceder a ese doble registro desde la reflexión y la empatía más allá de toda emotividad concomitante.
Es por eso que siempre he afirmado y lo confirmo día tras día que la "palabra reveladora" no puede ser considerada una "palabra política" y que de hecho consiste justamente en su antítesis perfecta.
El político no tiene nada que "revelar" pues aunque efectivamente tuviera una capacidad sobrehumana al punto de ser "superior" a sus representados y no justamente, un producto de ellos, revelar algo no gesta interlocutores. "Convoca a escuchar", convoca a quedarse "afuera" de uno mismo y en todo caso, dispuesto a entregarse como pura masa para engrosar la voz del otro, como amplificadores en línea.
La palabra reveladora "endulza o irrita" los oídos según el caso, fascina, pero no integra, no se ofrece como el espacio en el cual, una persona puede encontrarse con su propia voz, individual y colectiva, en medio de otros en trance de encontrarse con su propia voz individual y colectiva.
Por eso la palabra reveladora ni pacifica ni convoca solo simula hacerlo, produce en el espíritu de quien escucha una sensación de "como si" estuviera ahí, con alguien, diciendo algo. Pero, cinco minutos más tarde, cuando la sugestión decae, y el líder revelador se ha ido, nada queda más que remedos de palabras y retazos de fórmulas boyando en el alma desamparada de la escucha ausente.
La palabra política tiene que ser una herramienta, un punto de apoyo, pero no para el político, sino para sus interlocutores.
La palabra política es eficaz, no cuando produce adeptos, ni cuando logra fascinar, ni se puede medir esa eficacia en el grado de aceptación o peor, en la cantidad de escuchas.
La palabra política es eficaz cuando el interlocutor puede servirse de ésta como sostén, como punto de apoyo para articular su propia voz en ese doble registro de la vida en sociedad y desarrollar sus pensamientos, arribar a preguntas cada vez más precisas, elaborar sus propias perspectivas.
En ése sentido podríamos decir que la palabra política sí es una herramienta y un poderoso punto de apoyo para el político, pero, no en la primera instancia, al momento de pronunciarla, sino en la segunda instancia, cuando esa palabra vuelve, legitimada y re-elaborada, por aquellos interlocutores a los que el político representa.
Es decir, la palabra política no es del político sino que surge en éste/a a consecuencia de su vocación y solo adquiere validez, legitimidad y eficacia, cuando le retorna desde el pueblo a sus oídos.
Dicho de otro modo, lla Palabra Política no convoca a la interlocutor a "escuchar al político" sino a que cada interlocutor pueda redescubrirse a sí-mismo como uno que es a un mismo tiempo, uno y parte de todos.

1. Libro inédito perteneciente a la colección de ensayos "Política de la Subjetividad"

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