miércoles, 13 de mayo de 2020

Sensualidad en Tiempos de Internet-Introducción.

Sensualidad en tiempos de Internet

(Del mercado del sujeto al sujeto del mercado)

(Introducción)

Sensualidad en Tiempos de Internet, 2° Edición,
(1° Ensayo de la Colección Psicopolítica)


Sensualidad en tiempos de Internet
(Del mercado del sujeto al sujeto del mercado)

Introducción.

En algún punto se produce un viraje insoslayable. La fantasía llamada Mercado abandona su objetivo de “ser-todo-para-el-sujeto”, sustituyéndolo por el antiquísimo objetivo de las religiones “que todo sujeto encarne el ideal que se le ofrece”.

No es casualidad.

Ni siquiera el mercado puede cubrir por completo el cúmulo de discontinuidades arbitrarias en continua ebullición que implica la subjetividad.

Para cumplir tal objetivo se lanza a recodificar la subjetividad, formateándola lo mejor posible, para condicionar y teledirigir sus emergentes, empujando a todo sujeto a abandonar sus propios montajes e imposturas y sustituirlos por montajes e imposturas que se legitiman desde el éxito, desde la seguridad.

Se le muestra a todo sujeto que ha fracasado en su intento de desarrollarse como tal, se le enrostra su fracaso y su frustración y se le explica que ha errado el camino. No era necesario desarrollarse (ser y estar definiéndose por el hacer). Basta con encarnar un “yo ideal” exitoso en el montaje apropiado. No hace falta una individualidad genuina, capaz de desarrollar empatía, lazos afectivos, capacidad intelectual propia. Basta con hacer “como si” y volverse un espectador más de la vida de ese “único sujeto” capaz de representarlos a todos.

El único precio es estar conectado a perpetuidad, entregarse cual pacto demoníaco a la servidumbre perpetua a un ideal tiranizante, amo y señor, para vivir por su intermedio, una sensación de seguridad, de consistencia, de plenipotencia.

Nada nuevo hace el mercado. Al fin y al cabo, hace dos mil años que se le dice al sujeto que “todos somos uno en Cristo”. Lo que ha cambiado es el soporte técnico-tecnológico para darle consistencia al montaje universal.

La sensualidad, el último bastión de la subjetividad, tan refractaria a todo condicionamiento exterior, tan salvaje en su naturaleza, es el último foco de resistencia. Al fin y al cabo, no hay empatía sin sensualidad, ni sensualidad sin empatía.

La experiencia sensual sitúa literalmente al sujeto en una posición, lo convoca permanentemente a hacer algo con sus discontinuidades, con las arbitrariedades que lo poseen y definen.
Por lo que recodificar la subjetividad implica necesariamente recodificar, reprogramar lo sensual.

Se intentó de todas las maneras posibles. Se legisló sobre la sensualidad desde la moral a las religiones, pasando por la medicina y la filosofía y sin embargo, no hubo prohibición, ni argumento, capaz de ser completamente exitosa.

Fue necesario modificar la noción de tiempo, alterar el tempo en el sentido musical del término, de las relaciones humanas, para que obtener un recurso contra la sensualidad.

Con la revolución industrial y la nueva división del trabajo se dio el primer paso pero no alcanzó para modificar duraderamente el “tempo” sensual, simplemente lo acotó, le dio límites pero al igual que las leyes de otrora fracasaron en el plan de la recodificación de lo sensual.

Es verdad que los antiguos, los manipuladores previos a la constitución del mercado como lo entendemos desde el siglo XIX en adelante, no tenían el fin de recodificar la sensualidad, tan solo querían esterilizarla, desnaturalizarla, quitarle ese increíble rendimiento que le permite al sujeto recrearse y reinventarse librándose –al menos parcialmente– de las alienaciones.

Poco tiempo después, con la aparición de la radio y posteriormente de la TV, el objetivo de recodificar la sensualidad se encontró en los soportes técnico-tecnológicos un poderoso aliado. La Radio y la TV lograban intervenir en la temporalidad sin afectarla directamente. No proponían ni imponían limitaciones. Tan solo estaban ahí, en la reunión familiar, en el vacío nostálgico de un solterón, en la melancolía de la fantasía perdida.

La trampa fue que comenzaron a formar parte de la vida cotidiana de cada quien y cuando se cerró la trampa, comenzaron sus demandas. Nadie obligaba a una familia a almorzar a determinada hora y mucho menos a levantarse de la mesa en determinado intervalo, pero de no observar tal temporalidad, corrían el riesgo de quedarse afuera de la información, del placer de escuchar o ver una historia, de enterarse cuándo salía la nueva cocina que brindaría calor a la familia.

Aun así, el montaje era incompleto. Aún con la trasmisión de 24 horas, con las promociones y con la ventaja de estar informado, la gente no estaba inmersa en el montaje, no podía moverse en él. La radio y la TV todavía eran montajes con demasiados agujeros hacia un afuera completamente ajeno a su dominio.
La globalización ya tenía prácticamente todas las condiciones para madurar y afianzarse como dios indiscutido, capaz de legislarlo todo, pero faltaba una para nada trivial: privarle al sujeto la capacidad de sustraerse de su influjo.

¿Cómo privar al sujeto de semejante activo de manera tal de que no sienta que se ve privado de esa capacidad?

Nadie se entrega por completo, totalmente, aun si esa es su voluntad, pues, lo inconsciente pugna por expresarse y su forma de expresarse es transformar permanentemente la realidad, la realidad exterior pero también esas ilusiones a las que le damos status de realidad y a la que  llamamos “yosoyasí”.

Internet apareció para dar solución a tal conflicto, inventando un “afuera virtual”, generando la ilusión que equipara estar “afuera” con estar “off-line”, constituyéndose en el primer montaje capaz de resolver la gran paradoja universal de “estar y no estar al mismo tiempo”. Pero también y a raíz de éste rendimiento, se constituye en el primer montaje postizo en el que el sujeto cree estar bajo su dominio, haciendo uso de sus propios montajes subjetivos, encarnando sus propias imposturas, y creyéndose libre para abandonarse a su arbitrio.

En éste ensayo nos proponemos pues, ver cómo incide en la sensualidad ese tempo que marca Internet analizando y poniendo en perspectiva, los modos de relación.

Sensualidad en Tiempos de Internet (1° Ensayo de Psicopolítica)

Reflexión introductoria

Sensualidad en tiempos de Internet

(Del mercado del sujeto al sujeto del mercado)

(Primer ensayo de Psicopolítica)

Sensualidad en Tiempos de Internet (del Mercado del sujeto al "sujeto del mercado")
1° Ensayo de la Colección Psicopolítica de Daniel Adrián Leone


Planteo inicial


Una cosa es cierta: 

Internet ha triunfado ahí donde Radio y TV fracasaron.  Solo Internet logró darle al mercado el soporte técnico-tecnológico para poder erigirse como referencia universal, unívoca e inapelable.

Ya no alcanzaba con establecer un perímetro –en tiempo y espacio– en el que el sujeto tenga que estar pendiente de lo que el mercado tenía para ofrecerle. 

El corralito de niños o de ovejas entorno a la radio o al TV, resultaba demasiado evidente, fácilmente superable y sobre todas las cosas, su extraordinaria efectividad obligaba al mercado a estar a merced del sujeto, forzándolo a producir diferencias cada vez más agudas en mercancías incapaces de soportar más diferenciaciones ilusorias de bajo costo y gran rendimiento.

Era necesario invertir el concepto.

El mercado no podía de ninguna manera abarcar el conjunto de discontinuidades de la subjetividad y por tanto era imposible predecir los avatares de la demanda.

Internet propuso una clara y eficaz respuesta: si la subjetividad y sus emergentes son impredecibles, si las realidades que expresan son inabarcables pues bien, sustituyamos la realidad y ofrezcamos como cebo al sujeto un doble virtual que pueda encarnar como si fuera parte de sus propias fantasías, como si fuera una mera proyección de su “yosoyasí”.

El gran desafío fue entonces cómo dejar al sujeto otra opción que estar conectado, online u offline, pero dentro de la net, sin ningún otro refugio, dónde reinventarse y desalienarse.

Tres grandes refugios tiene el ser humano: 

el delirio, 
la enfermedad  
y la sensualidad.


El delirio no presentaba grandes inconvenientes: basta con darle imágenes consistentes, legitimadas para que el delirante las incorpore como propias.

La enfermedad tampoco. 

Toda enfermedad puede asimilarse como demanda compulsiva al impulso de desembarazarse del cuerpo, de la historia, de todo trazo subjetivo.
 
El gran desafío fue entonces cómo lidiar con la sensualidad.  
 

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Introducción.

jueves, 7 de noviembre de 2019

Glosario: Relaciones Simbióticas


Glosario
Psicología de la vida cotidiana

¿A qué llamamos relaciones simbióticas? (Parte I)


Imagen de Stefan Keller-Pixabay


Introducción.

Cuando hablamos de relaciones simbióticas pareciera que estamos hablando de algo, de un modo de vínculo, completamente alejado de la vida cotidiana tal como si le reserváramos a este modo de relacionarse un lugar exclusivo en la dimensión de la patología. 

No es de extrañar esta consideración a primera vista: en general, las relaciones simbióticas aparecen claras y evidentes en sus casos más extremos o mejor dicho, en su exteriorización más extrema.

No es por casualidad.

En general, por un lado hay una suerte de manto de piedad que cubre gran parte de las relaciones simbióticas -al menos en sus estadios menos manifiestos-, y por otro lado, hay un una suerte de aceptación de cierto grado de “simbiosis” en determinados vínculos. 

Así por ejemplo, nos parece “natural” que en ciertos vínculos como el vínculo “madre-hija” aparezca un determinado grado de simbiosis; y comportamos la misma actitud respecto de la relación entre enamorados en la primera fase del enamoramiento y, por extraño que parezca, sostenemos la misma naturalización de cierto grado de simbiosis en una relación de pareja de larga data; también somos permisivos –piadosamente permisivos- respecto de cierto grado de simbiosis entre los miembros de un determinado grupo de amigos aunque, por extraño que parezca, cuando en vez de manifestarse entre los miembros de un grupo se manifiesta exclusivamente entre dos personas unidas por un vínculo de amistad se produce en nosotros una reacción adversa, al menos, que se trate de una relación de amistad en la temprana adolescencia, en cuyo caso nos parece más “normal”.

Ahora bien:

¿De qué hablamos cuando hablamos de “relaciones simbióticas”? ¿Por qué se naturaliza cierto grado de simbiosis en determinados vínculos y en otros nos parece absurdo o directamente patológico?

Sobre la Simbiosis en términos generales.

La etimología de la palabra “simbiosis” nos presenta la idea de un proceso por el cual existe una convivencia –y mejor aún- una vida en conjunto entre dos individuos. En términos generales, desde una perspectiva biológica-ecológica hay tres grandes categorizaciones de este modo de vínculo llamado Simbiosis, a saber:

a)    Mutualismo.
b)    Parasitismo.
c)    Comensalismo.

En el primer caso, ambos individuos (sean de la especie que sean) se ven beneficiados por esa “vida en conjunto”.

En el segundo caso, uno solo de los individuos se nutre de beneficios a costas del daño ocasionado al otro individuo.

Y en el tercer caso, uno solo de los individuos se beneficia de la vida en conjunto sin que el otro reciba algún daño o algún beneficio.

La digresión nos ha llevado a contextualizar el concepto en términos generales pero la pregunta subsiste: ¿a qué llamamos “relación simbiótica” desde una perspectiva psicológica?


Glosario: tipos de simbiosis


Glosario
Psicología de la vida cotidiana

¿A qué llamamos relaciones simbióticas? 

(Parte II)

Imagen de Johnny Lindner-Pixabay



La Simbiosis como “modo de vínculo” 
considerada desde una perspectiva psicológica.

Desde una perspectiva estrictamente psicológica podríamos decir que una relación “simbiótica” es un modo de vínculo en el que dos actúan tal como si fueran un solo individuo, al punto tal de que les resulte imposible de concebirse uno sin el otro. Podríamos situar a grandes rasgos una caracterización básica tomando sus mecanismos y/o aspectos sobresalientes y hablar de:

1. Simbiosis por oposición: una persona o ambas que en su afán de diferenciarse culminan por ser el opuesto exacto del partenaire, al punto tal de que personalidad, carácter y concepción de mundo se constituyen en base a tal opuesto.

2. Simbiosis por imitación: una persona imita a su partenaire o bien, ambas personas imitan a una tercera persona, asociándose para tal fin o relacionándose en base a tal actividad homogeinizante.

3. Simbiosis por imposición: una persona somete a otra de manera tal de formarla a su imagen y semejanza sea por proponerse como “ideal” o bien, por vedar, interrumpir, coptar todo medio de separación y desarrollo del partenaire distinto a encarnar tal ideal mediante la violencia física, simbólica, psicológica, etc.

4. Simbiosis por extrañamiento del entorno: dos personas ajenas a todo tipo de vínculo distinto al “familiar”.

5. Simbiosis por idealización: se le atribuye a otro, las perfecciones que nos gustaría poseer, rebajando nuestro sentimiento de sí al punto tal de que se vean proyectadas todas nuestras cualidades (o gran parte de estas) a un parteneire físico o ideal, y por tanto, se concibe al otro como “alguien capaz de complementarnos”.

6. Simbiosis por idealización negativa o por oposición a un tercero: Dos o más personas se constituyen simbióticamente para defenderse en contra de un agresor común, o bien, en base a la identificación posible en tanto víctimas de un agresor común.

7. Simbiosis por concurrencia de síntomas:  modo de vínculo propio de dos personas que padecen un mismo tipo de enfermedad, patología o sufrimiento (o ciertamente equiparables)

8. Simbiosis por imposición del destino: Simbiosis basada en la creencia de un destino común o de la imposición del destino.

9. Simbiosis especulativa: dos personas se “asocian” simbióticamente con el único fin de servirse de tal “asociación” para sus propósitos personales.

10. Simbiosis por duelo no resuelto: una persona incorpora simbióticamente a otra persona que se ha perdido, sea por haberse terminado un tipo de relación o bien, siguiendo del decurso de un duelo no satisfactorio, incorporando a la persona amada-perdida.

Como vemos el término “simbiosis” aparece como fronterizo respecto del concepto “alienación” y del concepto “identificación”. En todo caso, siempre podemos contar con una equiparación primera presente en los tres conceptos pero veamos en qué los podemos diferenciar más allá de este punto en común.


Glosario: Simbiosis, Alienación e Identificación


Glosario
Psicología de la vida cotidiana

¿A qué llamamos relaciones simbióticas? 

(Parte III)

Imagen de Stefan Keller-Pixabay



Simbiosis, alienación e identificación.

En una primera aproximación a éstos conceptos que suelen tomarse por sinónimos sin serlo, de la siguiente manera:

Simbiosis como modo de vínculo indica un proceso de vida conjunta, en el que se presenta un código común, sea escala de valores, criterios de verdad, criterios de identidad unificado, único y a la vez, excluyente y unívoco para dos personas, establecidos por algún motivo.
Alienación, implica un proceso por el cual, una persona pierde sus rasgos subjetivos y adquiere en sustitución rasgos impuestos por algún otro.

Identificación, implica un proceso por el cual, una persona adquiere ciertos rasgos de otro para enriquecer su propia subjetividad, incidiendo de manera favorable o desfavorable en su desarrollo personal.

Tomando esta somera distinción podemos decir, sin embargo, que en toda simbiosis se da alguna identificación y que en toda simbiosis hay cierto grado de alienación; pero, tal fenómeno no es aplicable mutatis mutandis, dado que, en una identificación no necesariamente hay un proceso simbiótico aunque sí haya algún grado de alienación; y a la vez, en todo proceso alienatorio no hay necesariamente un proceso simbiótico, ni un proceso identificatorio más o menos definido.

Consideremos pues, para definir mejor a qué llamamos simbiosis, dos aspectos fundamentales, a saber, el modo y el grado de afectación posible.

La simbiosis considerada desde el modo y el grado de afectación.

Así podríamos decir según el modo de afectación, una simbiosis puede ser: circunstancial o estructural; y según el grado de afectación puede ser más o menos alienatoria.

Evidentemente estas descripciones no dejan de ser incompletas y tan solo aproximadas pero aún así no nos resulta difícil establecer una relación concreta: es de suponer que las relaciones circunstanciales posean un grado de afectación menos alienatorio y que, por el contrario, las relaciones de simbiosis estructural posean un mayor grado de afectación alienatoria.

Sin embargo, esto no quiere decir que en las manifestaciones exteriores sea la simbiosis de tipo estructural aquella que se presente con mayor virulencia y claridad. De hecho, las simbiosis coyunturales, suelen ser intensas aunque breves y las estructurales suelen presentarse de manera paulatina, y por tanto, aparecen silenciosas aunque perpetuas. Así podríamos decir: 

en el proceso identificatorio, si hay algún tipo de simbiosis esta debe ser más bien de origen coyuntural pues, tan solo se presenta como el resultado de la equiparación entre dos que prepara e introduce al proceso identificatorio. 

En caso contrario, ya estaríamos hablando de un caso de alienación.


Glosario: Simbiosis y modo de relación


Glosario
Psicología de la vida cotidiana

¿A qué llamamos relaciones simbióticas? 

(Parte IV)

Imagen de ejausburg-Pixabay




La simbiosis y su modelo prototípico como modo de relación.

Sin duda alguna, si nos preguntamos cuál es el modelo prototípico como modo de relación, se nos aparece de buenas a primeras el clásico clisé que tanto fruto ha dado al cine y la TV, de la relación entre “mejores amigas” que termina derivando en la adquisición de la personalidad de otro por parte de una de las partenaires o bien, la disolución de la personalidad de ambas en un conjunto en el que se expresa todo lo idéntico y se purga todo aquello que podría actuar de diferenciación.

Pero, más allá de la presencia de la simbiosis en este tipo de vínculo –más o menos estereotipado por la ficción– la simbiosis se presenta en un tipo de vínculo mucho más primitivo y universal: la relación madre-hijo.

Es lógico en cierto grado.

Biológicamente el embarazo es una suerte de lazo simbiótico, en el cual, el feto cobra vida y se desarrolla en virtud de cierto deterioro materno, compensado por el amor y la expectativa materna de sentirse “completa”, “realizada”, etc.

Sin embargo, tras el acontecimiento del parto, tan conmocionante para uno como para otro partenaire de esta relación, esa circunstancia biológica termina por traducirse más o menos duraderamente y con mayor o menor intensidad en un lazo psicológico destinado a perpetuar la relación simbiótica.

También es entendible en un primer momento: el recién nacido precisa de una sobreatención –dada su inermidad- que la madre encarna en una suerte de posición paranoide respecto del bebé considerado tal como si realmente fuera “una parte de sí misma”. Así la madre dice que “siente” en su cuerpo aquello que le sucede al bebé (de la misma manera en que sentía al feto en su interior), y termina por hacer de toda manifestación del bebé, algo de su estricto dominio.

Mas, posteriormente, en el preciso instante en el que el bebé comienza literalmente a dar “sus primeros pasos” y por tanto, a independizarse o precisar independizarse de su propia madre-contexto-medio de subsistencia sobreviene a la madre un trabajo extra, un segundo parto: el duelo por la simbiosis perdida.

El bebé fue sentido como una “parte de sí misma” y en un sentido biológico, al compartir simbióticamente su cuerpo, hasta podría decirse que lo fue. Para cumplir su tarea de sobreatención compensatoria de la inermidad del bebé hubo de adquirir una posición paranoide, extrañándose casi por completo de cualquier otro interés para concentrar toda su atención (o gran parte de ella) en el bebé.

Así cuando el bebé deja de ser “una parte de mamá” para pasar a ser una “unidad en sí mismo” sobreviene la necesidad del duelo materno; es decir, que la madre realice un proceso de desligamiento no tanto de su bebé como del modo de vínculo simbiótico y alienatorio para con el bebé, abandonando la idea de considerar a la persona del bebé como una parte de sí, pero también, y sobre todas las cosas abandonando la posición paranoide que la llevaba a una sobreatención y a considerar cualquier manifestación del bebé como algo de su exclusivo dominio. 

Es decir, debe renunciar al todo-poder sobre el bebé y debe renunciar a su “derecho a sentirse omnisciente y omnipresente” para el bebé.

Así podríamos decir, una relación simbiótica pasa de ser coyuntural a estructural y de una beneficiosa relación de fuerzas que implicaba la posibilidad de desarrollo para uno compensado con el placer psicológico para el otro a un daño potencial severo para ambos, en todo caso en el que la madre no admite este nuevo duelo (que se suma al duelo de la pérdida eventual del atractivo sexual, de la belleza, etc.) y por el contrario, se comporta como si el bebé continuara en la situación de “inermidad primera” aún después de los primeros signos de desarrollo en pos de una independencia.

La conducta compulsiva de una madre para con su hijo/a a la que reconocemos según la designación “madre sobreprotectora” es uno de los efectos de este duelo no realizado o realizado en apariencia pero conservando un fuerte rechazo en el fuero interno.


Glosario: Simbiosis y Sobreprotección


Glosario
Psicología de la vida cotidiana

¿A qué llamamos relaciones simbióticas? 

(Parte V)

Imagen de Enrique lopez Garre-Pixabay




La simbiosis y la madre “sobre-protectora”

La madre “sobre-protectora” no es otra que aquella que ha figurado emprender un duelo y aceptar la independencia de su hija/o pero que, paralelamente, desarrolla un miedo compulsivo a ver a su hijo/a enfermo, agredido, etc. Así, se autoconvence de una realidad hostil frente a la cual su hijo quedaría desamparado, por lo tanto, cederle espacio para su desarrollo –en su mente- aparece tanto como desampararlo.

Es entendible cual es el proceso psicológico interno.

La madre se niega a hacer ese nuevo duelo tan costoso afectivamente por lo que traslada la inermidad biológica evidente y lógica en un bebé proyectándola a un entorno, lo que le permite no abandonar su posición paranoide (ser todo para alguien y por tanto, omnisciente y omnipresente); pues, antes el bebé era inerme por falta de maduración y desarrollo, ahora, el bebé queda desamparado pues, la realidad es hostil y no sabría cómo lidiar con ella.

Digamos también que esta actitud de “sobreprotección” posee un contexto favorable, de hecho, la realidad suele ser hostil incluso para los adultos en determinadas circunstancias y además que el bebé a pesar de ir desarrollando un dominio de su propio cuerpo y un desarrollo de un yo, dominio y desarrollo no son –en esta primera instancia- más que una prefiguración del dominio y el desarrollo necesario para valerse en la vida por sus propios medios. 

Además, es evidente de que la maduración en el ser humano es un proceso lento y complejo que requiere sí o sí de una asistencia constante para llegar a buen término. Así, no objetamos en este punto que la madre “sobreproteja” al niño sino que sienta una pérdida cada vez que el niño se esfuerza en dar sus primeros pasos, esto es, que sienta que una parte de sí la abandona. Dicho de otra manera, lo objetable no es la protección sino la sobre-protección, esto es, la conducta compulsiva que impide a la madre la función de acompañamiento de su crío en el proceso de maduración sin intervenir más que como testigo y asistente.

Es decir, la sobre-protección, o la protección compulsiva de origen simbiótico, no implica el comprensible interés por velar por el niño sino el rechazo a abandonar una posición de poder y dominio sobre el mismo al amparo de los miedos propios proyectados a la realidad como manera de sostener la posición de todo poder.

Dicho de otra manera, la perdida que implica el desarrollo del niño orientado hacia otros intereses más allá de la madre, no es solo el abandono del niño (que jamás es tal) sino la pérdida de la posición de poderío y goce en el poderío propio de un modo de vínculo en el que uno de los partenaire depende exclusivamente del otro.

Habría que señalar aquí que es por esto que resulta fundamental un cierto grado de maduración de la mujer en proceso de ser madre y de la crianza compartida con otro partenaire que le permita superar ese duelo de forma más sencilla por un lado y que sea otra vía de interés para el niño ni bien comienza a independizarse de la madre.

Se podrá decir ¿qué hay de las “madres solteras” o que no poseen un partenaire de crianza para con su bebé?

En este caso, no se trata tanto de “hacer de padre y madre” (quehacer más ideal que posible) sino de tener el grado de maduración suficiente para efectuar ese duelo, ese segundo parto del que hablamos. Por decirlo de otra manera el trabajo de la madre respecto de su crío posee dos instancias: la mujer-madre, luego de parto, debe aprender a dejar partir al niño hacia su evolución, mediante el abandono de su posición paranoide de todo poder y la sustitución de esta por una observación más moderada en función de acompañamiento.

Pero, ¿qué es esta posición paranoide del todo-poder? ¿Cómo nace?

Recapitulemos:

Es una posición paranoide pues, en el curso del parto, paulatinamente aunque circunstancialmente, los intereses de la mujer-madre suelen debilitarse o desasirse momentáneamente del mundo exterior y de las otras personas para ser reorientados a la persona del bebé y a la función de vigilancia y protección.

Es una posición de “todo-poder” puesto que se da en un modo de vínculo en el que uno de los partenaires está completamente supeditado al arbitrio del otro.

Así en este tipo de vínculo prototípico encontramos gran parte de los rasgos fundamentales de toda relación simbiótica posterior, al punto de que podemos aventurar que tal relación simbiótica primera sirve de antecedente facilitador de toda relación simbiótica posterior. La persona que ha vivido en una relación simbiótica “desde la cuna” es más probable que desarrolle una alta probabilidad de establecer relaciones simbióticas o de aceptar como algo “natural” que se le imponga una relación simbiótica. Pero también, es de entender que la persona que no vivió una relación simbiótica en su vínculo primero sea grandemente refractaria a este modo de vínculo tan desfavorable.

Cabe la posibilidad, sin embargo, de que una persona sea inducida a un modo de vínculo simbiótico por imposición, a través de un trabajo sostenido de psicopatía y desestimación por parte del partenaire, orientado a estimular o despertar el sentimiento de inermidad de la primera infancia que la conduzca a reclamar una persona “todo poderosa” que la proteja y auxilie.

Por último, aprovechemos a puntualizar aquí un fenómeno social conocido como “el corrimiento a la derecha” de una sociedad. Cuando un pueblo o un sector social es decidida y activamente manipulado puede caer en una inermidad que lo conduzca a sobreexcitar y despertar el sentir de inermidad de la primera infancia y por lo tanto, reclamar a algún otro todopoderoso, capaz de protegerles a cualquier costo…

Daniel Adrián Leone